Es providencial que nada más cruzar la calle de la estación de Renfe, en cuanto bajo del tren después de pasar cuarenta días justos fuera de casa, me encuentre en pleno semáforo de El Corte Inglés a Luis G. Vicente. Todavía con mi equipaje a cuestas. Un reencuentro que se ha hecho esperar. Después de sus idas y venidas un año en Francia y otro en Portugal. Nada mejor para sentirme en casa que sentirme arropado por su abrazo y su alegría.
viernes, 3 de septiembre de 2010
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