Ahora Pedro, casado y con dos descendientes de sangre Navarro en sus venas, viaja todas las semanas a Salamanca, trasbordando en Atocha, para hacer un Master. Quien algo quiere algo le cuesta. Y su esfuerzo (compagina trabajo y familia con máster) parecen darme un tirón de orejas por mi pereza.
Pero no lo quiero tomar a la tremenda. El encuentro fortuito, que propicia el azar, mismo coche y asientos contiguos, facilitan a quien escribe tres horas de terapia.
El amigo petrerense evidencia a todos los que se han quedado en el camino. Todos los que lo fueron algún día.
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