Hay gustos que merecen palos. Cada año que pasa, cada verano que llega me cuesta más entender cómo se dirigen hasta el levante, con tanta fe, los habitantes del interior.
Veo a Albert Barniol con una sonrisa cómplice para ratificar de lo que me estoy librando. Porque 24 grados de mínima con una humedad de la pera significan estar en Alicante o en Cartagena a las doce de la noche con un bochorno de treinta y tantos. Realmente insufrible. Pero para gustos, los colores. Y palos a gusto, no duelen. Conmigo que no cuenten.
No hay comentarios:
Publicar un comentario