lunes, 20 de julio de 2009

JAVI ACEVEDO



















En cuanto termina la hora y media de charla de Ángel Gabilondo, Javi Acevedo Ocaña y yo pensamos y sentimos lo mismo. Nos miramos. Respiramos hondo. ¿Y después de esto, qué? Después de esto yo ya me puedo ir a mi casa, habiendo dada por bien empleada la semana, dice Javi levitando.
Ángel Gabilondo habla de metafísica y periodismo. Cabría escribirlo en mayúsculas.
A la manera de los sabios. Sencillo y lúcido. Con las formas y la talla de un Emilio Lledó. Hablando del amor a la palabra y del amor a la verdad, sin que suene grandilocuente.
Cuento con un doble privilegio, pues. Primero, por asistir desde la primera fila a un discurso tan lúcido y vivificante (¡en boca de un ministro!). Y segundo, por contar con un cómplice con quien, con sólo mirarle a los ojos, compartir todo ese grado de felicidad que da reactivar las neuronas.
Ese y no otro es el rasero por el que me amigo con mis amigos. Es pura selección natural. Si saltan chispas cómplices, si nos entendemos como si la relación viniese de muy atrás, si sentimos lo mismo, ya está...




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