A estas alturas de sábado el comedor (el Palacio cerrado, Las Llamas cerradas) son dos o tres mesas. Me gusta comprobar con qué facilidad paso de unas a otras. Con qué confianza me siento realmente como en una prolongación del salón de casa. Lo que no quita para echar de menos a Oliver. Claro que no es lo mismo. No puede ser lo mismo alguien que te conoce y te sabe de memoria, alguien con quien existen códigos secretos. Ayer le envié una foto privada, y él entendió todo muy bien.
Pero entre no tener nada y contar con la posibilidad de saltar de mesa en mesa logrando tan fácilmente el grado de socialización, es mucho mejor lo segundo.
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