lunes, 22 de diciembre de 2008

DÍAS CONTADOS - Lunes 22 de diciembre



Desde este lunes y hasta que llegue ese otro, el 16 de febrero, en que comience el segundo cuatrimestre y se me conceda la venia para entrar a las aulas, quedan ocho semanas. Las tres primeras son vacacionales. Las cinco siguientes lectivas. Estas tres primeras no me hacen demasiado daño. La gente, por lo general, se toca la barriga. Por lo que un perezoso como yo puede mimetizarse con facilidad con el resto. A partir del 12 de enero es distinto. Todo arranca. Todo se pone en marcha. Y en esas circunstancias, permanecer anclado es incómodo. Vale que escribo y escribo y requete escribo (investigo en términos universitarios) pero donde esté la arena que se quiten los despachos.
Tiene delito que queriendo, no pueda ejercer más. Tiene delito que queriendo, con necesidad imperiosa de estar ocupado en lo que me gusta, hasta este año 2008, que habrá que calificar de bendito por lo que me ha traído, no haya podido ejercer de profesor de una asignatura de una licenciatura en una universidad pública.
El año 2009, si Dios quiere, y seguro que Dios quiere porque hace mucho tiempo que me lo tengo ganado, vislumbro en el horizonte dos novedades agradables: las aulas de la Ciudad de la Luz y en las de la ECAM de Madrid. Lo que para otros es sueldo, sobresueldo, complemento o estrategia para afrontar la crisis, para mí es pura necesidad. Vocación cien por cien. Llamada. Anhelo de un ecosistema favorable en el que poder desarrollarme como persona.
Hace mucho, muchísimo, que lo del dinero lo tuve superado. En mi mundo sólo cabe el trueque, el intercambio. Yo valgo para esto y tú vales para lo otro, yo tengo estas destrezas y tú las tuyas. Pues yo te ofrezco esto y a cambio tú me das lo otro.
Acaba, pues, el mejor año de mi vida, que dicho así mira que suena rimbombante, pero que es antesala de otro todavía mejor. Hasta el 16 de febrero queda una cuenta atrás de ocho semanas. Días contados para tocar la felicidad. Aunque también puedo tocarla durante el compás de espera. Ya mismo, durante este periodo de tres semanas en el que todos nos tocamos la barriga llena de turrón. O en las cinco semanas siguientes, esas en las que escribiré un libro (‘Reyes Abades. Nada es imposible’), saldrá de imprenta otro (‘El almario’, detenido para que lleve el depósito legal de 2009) y a lo mejor un tercero (‘Cortos pero intensos’, ya en gestación), iré a la entrega de los Goya, encontraré a nueva gente por el camino, y me reencontraré con mis amigos, mi vida.

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