Los cálculos no fallan. Desde que saludé a Pedro Navarro en la Entrada de Villena de 1995, él con el micrófono de Canal 9, yo con el de la televisión local, no lo había vuelto a ver. Hace trece años. Que se convierten en veinte si retrocedemos a los tiempos en los que éramos compañeros periodistas en Elda. Él en la empresa municipal. Yo en la delegación de 'La Verdad', cerrada poco después.
Ahora Pedro, casado y con dos descendientes de sangre Navarro en sus venas, viaja todas las semanas a Salamanca, trasbordando en Atocha, para hacer un Master. Quien algo quiere algo le cuesta. Y su esfuerzo (compagina trabajo y familia con máster) parecen darme un tirón de orejas por mi pereza.
Pero no lo quiero tomar a la tremenda. El encuentro fortuito, que propicia el azar, mismo coche y asientos contiguos, facilitan a quien escribe tres horas de terapia.
El amigo petrerense evidencia a todos los que se han quedado en el camino. Todos los que lo fueron algún día.
viernes, 24 de octubre de 2008
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