Antes de los ochenta, todos los bloques de viviendas que se ven al fondo, desde el campus, no existían. Cada noche, antes de acostarme, me detengo unos minutos a mirarlos fijamente. Observo las luces encendidas en los habitáculos. En un séptimo piso. En un ático. También en los del primero y el segundo. Y me pregunto qué pasa allá adentro. Si son más felices que yo. Si se acuestan con más ilusiones. Si han formado un hogar feliz. Si se sienten realizados. Si están viendo la televisión. Si ven distintos televisores cada cual en su habitación. Si solamente vive uno en la vivienda, y se limita a cenar, solo. Todo eso me pregunto, sin fallar una, cada noche, cuando miro las luces encendidas de tantas ventanas en tantos bloques enfrente de mi ángulo de visión. De mi vida cotidiana.
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