sábado, 28 de marzo de 2009

QUÉ CABRÓN - Viernes 27 de marzo



Acabo de ver 'Dime que yo', el regreso al corto de Mateo Gil y sólo me ha quedado sentarme en el café Continental de la plaza Mayor, y meterme un buen plato de ensaladilla de la casa entre pecho y espalda. Para recuperarme del shock.
Pero qué cabrón Mateo Gil. Lo ha vuelto a hacer. Lo ha conseguido. Ha pergeñado, seguro que sin despeinarse, un corto que ya desde un principio está parido como un clásico. ‘Dime que yo’. La enésima revisitación al tema del encuentro y el desencuentro amoroso. Chica encuentra chica, chico pierda chica, chico recupera chica. Bueno el qué, mejor el cómo.
Coincidiendo con el año triunfal de ‘Ágora’, Mateo regresa al formato corto. Y lo hace con una obra redonda, en la que exhibe, porque los exhibe, sus mejores recursos. La capacidad para escribir un guión de manual, y una buenísima dirección de actores. Algo que salta a la vista, y al oído, a tantos sufridos espectadores cansados hasta el hartazgo de guiones ortopédicos, de interpretaciones imposibles, de la impostura generalizada. En los cortos ocurre cada poco. En los largos, aunque resulte increíble, también. Sin ir más lejos, si nos damos un garbeo por la pantalla grande, comprobaremos cómo en lo que va de año se han exhibido títulos como ‘La mujer del anarquista’, ‘Hoy no se fía, mañana sí’ o ‘Los muertos van deprisa’, todos ellos en los umbrales del amauterismo y el sonrojo.
Y en esas que llega Mateo Gil. Sobrado. Porque el cuerpo le pide corto. Y va y lo clava. Con una historia sobre la dependencia emocional y la autoestima. Plagada de pronombres personales, yo, mi, me conmigo, yo, yo, yo. Y de posesivos, mi, mi, mi. Del mí con tilde y del mi sin tilde. De todos los mis.

Estupendamente planificada. Y dirigida al estilo de los maestros. Lo mejor es que ‘Dime que yo’ no va de nada. Es como un juguete. Pero lo cuenta todo y lo cuenta del modo más eficaz posible.
En su modestia, podríamos decir que ‘Dime que yo’ también es una revisitación hacia un tipo de obras del tipo ‘El columpio’, aquel corto fundacional con el que Álvaro Fernández Armero marcó un antes y un después en la historia del cortometraje español.
Sin ir más lejos, da gusto ver aquí al casi siempre desamparado Fele Martinez. Ese actor que tanto se crece cuando hay quién lo dirija y tire de él. Y Judith Diathake, esa actriz que nos dejó clavados en la butaca cuando 'La noche de los girasoles' y que parece que se la ha tragado la tierra para el cine español. ¿Por qué somos así?

Porque ‘Dime que yo’ es un corto de libro. De manual de taller de guión, y de manual de taller de dirección de actores.
Parece que lo estoy viendo, hace casi diez años, cuando coincidíamos en esos festivales de cortos a los que él llevaba bajo el brazo ‘Allanamiento de morada’. Me acuerdo como si fuera ayer. Rizando el rizo de su melenilla rizada, y con esa cara de lince que siempre ha tenido, me decía, refiriéndose a su amigo Alejandro, “el cabrón ha hecho una obra maestra”. Se refería a ‘Los Otros’, el único largo cuyo embrión gestó Amenábar en solitario. “Al cabrón le he ha salido una obra maestra”.
Y ahora llega Mateo Gil, en pleno 2009, el de la crisis y la bajada del millón y medio de espectadores, y va y la clava. Y a uno no le queda más remedio que preguntarse por qué demonios este hombre no hace más cine. Por qué este superdotado no nos deleita más. Mateo Gil debe venir, ya mismo, en defensa de los espectadores. Le necesitamos.

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