Miércoles 23 de julio en el edificio Altabix de la Universidad de Elche. Nadie. Absolutamente nadie. Debo ser muy, pero que muy bicho raro. Porque cuando acabo las 4 horas de mi curso, me voy a la biblioteca general, yo solo, y leo todos los periódicos de la jornada, que nadie ha tocado hasta que yo llego, y entro en Internet en unos teclados que nadie usará hasta septiembre, y me pierdo en unas mesas en las que hay un silencio casi de película de terror.
A estas alturas, sé que no estoy equivocado. Sólo que nado contracorriente. Pero ya estoy acostumbrado. ¿Dónde está la gente? ¿En la playa? ¿Con la que está cayendo? Están locos...
Están rematadamente locos. ¿Dónde se va a estar mejor que aquí, en el campus, fresquito, silencioso, confortable, bien dotado...? Ay, si a mis dieciocho años hubiera tenido un espacio así. Me traigo la cama para no salir ni por la noche...
Soy feliz, muy feliz en la Universidad. En la tranquilidad del verano. En la bulla de la primavera y el invierno. Y si por mí fuera, no me importaría dar clases cuatro horas diarias, como ocurre esta semana, durante todo el año. Pero no lo diré muy alto, porque la gente parece estar muy a disgusto con lo que hace. Y a lo mejor genero envidia. Eso de salir a presión de un lugar en cuanto se les acaba la obligación implica que ven obligación en lo que hacen. Donde yo sólo veo placer, mucho placer...
Soy muy afortunado...
miércoles, 23 de julio de 2008
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Como nos parecemos querido Antonio. Hay gente que no sabe disfrutar de la soledad pero es maravillosa. El otro día disfruté del campús, vacío, silencioso...tirado en el cesped leyendo un buen libro (de cine precisamente). Esos son placeres que poca gente disfruta.
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