Lo bueno de los festivales, de estos mundos paralelos inventados, como les llamo yo, es que el tiempo cunde más. Pones en un lado de la balanza un trimestre de vida cotidiana en la urbe con metros, autobuses, trabajos, desplazamientos, reuniones y mensajitos, y en el otro lado lo que da de sí un fin de semana festivalero en cuanto a cafés, convivencia y complicidad de la buena, y gana el festival por goleada.
El sábado, tercer día, vamos a velocidad de crucero. Y ya hay piña. Y ya estamos los que estamos. ¡Y ya puedo usar posesivos!
Está mi Orland. Está mi Dani de Madrid. Está mi Nacho Urigüen de Pamplona. Y llega un nuevo fichaje, Yuri Shevchuk, profe de ukraniano en la universidad de Columbia, un alma gemela.
Y se produce eso tan bonito de que no es preciso quedar para encontrarnos. Nos vemos en los cócteles, y después la madeja se va enredando y desenredando con la entrada y salida de nuevos rostros.
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