Cuando alguien te entra por la puerta grande, ¡ay cuando alguien te entra por la puerta grande!, entonces no hay nada que te pare. El mapa de venas de los brazos de Roberto, desde el hombro hasta sus falanges, falanginas y falangetas, me transporta al paraíso, allá dodne se pierde la razón e imperan otras variables.
Tímido como él solo, el flequillo la posición de brazos cruzados, la mirada huidiza le delatan, y dejan muy patente hasta qué punto es impenetrable. Pero qué importa. Qué importa que lo sea si ha entrado por la puerta grande.
Me parece una putada que haya pasado sus últimos cinco cursos estudiando Arquitectura en el campus de Alicante y desayunando en la cafetería de la Politécnica. Me parece una putada que el lunes se vaya a Amsterdam. Pero la vida es así. Y todo tiene su porqué. Lo único que tengo claro es que el de la líbido es uno de los termómetros infalibles para sentirte vivo. Revolucionado. A cien. A mil.
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