Mis plegarias han sido escuchadas, y a las ocho de la tarde han aparecido Diego y María, salvando el domingo.
Primero ha sido la llamada de Oliver, siempre fiel, con su calor humano en la distancia. Y después de colgar, han aparecido ellos. Diego Albarracín irradia tanta energía y yo necesito tanto de ella que ni siquiera tengo que verlo para saber que está. Y que es. Lo percibo de espalda. Le veo con mis ojos de la nuca.
Después, la conversación fluye, entre sonrisas, desembocando en una cena que yo cambiaría por muy pocas. Por estos ratos se compensan otros muchos.
Si lo mejor de los cursos de verano se sustenta en su capacidad para ser puntos de encuentro, en esta última semana se vuelve a ratificar el aserto. Mis plegarias han sido escuchadas.
domingo, 31 de agosto de 2008
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